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El Tigre de Coapa, el Terror de las Haciendas de Coapa

El Tigre de Coapa, el Terror de las Haciendas de Coapa

Isaac Mendicoa Juárez: Una Historia de Película

Este bandolero, fue uno de los individuos más peligrosos que conocieron las municipalidades de Tlalpan y Coyoacán. Se trataba de Isaac Mendicoa Juárez «El Tigre del Pedregal», cuya temeridad es aún recordada hoy día por las comunidades del sur de la Ciudad de México. Isaac Mendicoa Juárez había nacido en 1900 en Santa Úrsula Coapa, jurisdicción de Coyoacán frente a lo que fue la Hacienda de Coapa, poblado que está sobre la carretera a Tlalpan. Su padre, Matías Mendicoa era un español que se dedicó a los textiles, mientras su madre Lorenza Juárez, originaria de Tlalpan, trabajaba en la milpa.

El Primer Comandante de Agentes de la Jefatura de Policía, señor Silvestre Fernández Cervantes aseguraba que Isaac Mendicoa Juárez, comúnmente conocido en el hampa con el sobrenombre de “El Tigre del Pedregal” que fue el asesino más sanguinario y cruel de los últimos tiempos (1925-1935). Según el Comandante , mínimo fueron dieciséis las vidas que debía.

Según algunos diarios de la época, Isaac Mendicoa abandonó el hogar materno a los nueve años para vivir como peón en la Hacienda de San Juan de Dios, donde le pagaban veinticinco centavos el jornal, luego se dedicó a trabajar sacando piedra en la cantera ubicada en Huipulco, por el Rancho de Carrasco, en Tlalpan. Durante el conflicto revolucionario, como muchos jóvenes de esa región que tomaron partido entre las fuerzas carrancistas y zapatistas, Mendicoa Juárez se sumó a las filas del ejército rebelde de Emiliano Zapata que a partir de 1914 atacó sistemáticamente pueblos, haciendas y fábricas del sur de la capital –incursionando por Milpa Alta, Xochimilco, Tlalpan y Coyoacán– con el fin de tomar la Ciudad de México.

Inicio Delictivo de Tigre del Pedregal

«Cuando el Tigre roba, Santa Úrsula come»; se llegó a escuchar entre algunas personas, en realidad quizá era la gente allegada a Isaac, ya que más que algunos comentarios aislados, no se tiene registro de que este bandolero, hiciera labor social en ningún lugar. Es probable que Mendicoa se hubiera convertido en el arquetipo de rebelde social, que «robaba al rico para dar al pobre y que nunca mató, salvo en legítima defensa o por justa venganza»; o que se alzó contra la pobreza y la sumisión para librarse de ellas y ayudar al pueblo oprimido tomando como bandera los ideales de la Revolución. Pero en realidad no fue así. Tras la muerte de Zapata en 1919 y del triunfo de los obregonistas en 1920 inició la trayectoria delictiva de Mendicoa al lado de una cuadrilla de maleantes, los cuales no sólo agredieron a los vecinos de la región, a través de asaltos, violaciones y crímenes, sino que su comportamiento fue visto como un atentado a los valores locales, una afrenta de aquél que se convertiría en el líder de la cuadrilla y en el legendario delincuente de los pedregales del Ajusco en Tlalpan y Coyoacán.

Sus hazañas datan desde antes de 1920. Muchos homicidios y asaltos –cuya lista sería larga de enumerar- fueron llevados a cabo por la pandilla que capitaneaba.  Entre los principales de aquella época se cuentan el del señor Darío López, contratista de la piedra que se utilizaba en la construcción de la Calzada México-Tlalpan.  En aquella ocasión tuvo una participación importante Maximino Ramírez, quien se ocupó como fogonero de una de las aplanadoras que se empleaban en esas labores, para poder dar el “golpe” con más probabilidades de éxito.

Posteriormente la banda de “El Tigre del Pedregal” consumó un asalto a la tienda “La Más Barata”, en el que participaron cerca de dieciocho individuos, todos ellos del pueblo de Santa Úrsula, lugar en donde vivió casi toda su vida el temible criminal. Asaltó también al despachador de los tranvías que estaba en Huipulco, robándole dinero y algunos objetos.

Aunque nunca se casó, el Tigre del Pedregal conoció a tres mujeres, Victoria Morales, Rafaela Sierra y Gloria Rangel, con cada una de las cuales tuvo un hijo: Isaac, Pedro y Amador. Conoció a la segunda de ellas, Rafaela Sierra en 1919, en las cercanías de la cantera de Puente de Piedra, jurisdicción de Tlalpan. De acuerdo con el periódico Excélsior, «se calcula que en su carrera de bandido y tenorio, había raptado a más de sesenta doncellas del sur de la capital».

Rafaela era una mujer indígena, bastante agraciada a la que Mendicoa requirió de amores, siendo correspondido en poco tiempo. Después de algunos meses la invitó a que abandonara el hogar paterno, llevándola a vivir al lado suyo al pueblo de Santa Úrsula, Coyoacán en donde nació su segundo hijo, Pedro. Más tarde, tuvo que separarse de ella por largos periodos por problemas judiciales, oportunidades que según él, aprovechó Rafaela para serle infiel con Juan García, encargado de la cantera del Puente de Piedra. Y fue allí, en la cantera del Puente de Piedra en donde Mendicoa cometió uno de sus últimos crímenes, el homicidio de su propia amasia.

Sin embargo, la mala fama del Tigre no fue conocida sólo por ello, pues los vecinos de Tlalpan y Coyoacán lo identificaban por los asaltos, robos, raptos y crímenes que había cometido en sus propias comunidades desde hacía seis años. De acuerdo con las denuncias que realizaron los ofendidos, el Tigre asaltaba constantemente a los trabajadores de las Haciendas de Coapa, robaba ganado, entraban a las casas y tiendas de abarrotes para despojar a las víctimas de mercancías y dinero. Generalmente se ubicaban por el rumbo de la calzada de Tlalpan e interceptaban los automóviles que viajaban a Tlalpan o a Cuernavaca. Uno de los denunciantes, Darío López, comerciante español, señaló en su denuncia que un día le obligaron a detener su coche; cuando éste hizo alto, uno de ellos le apuntó con una carabina, al tiempo que otros dos abrían las portezuelas. Iban enmascarados con paliacates y armados con carabinas 30 30. Le robaron 1,585 pesos, un reloj de oro marca «Longines» y una cadena de oro y platino. Al terminar, el propio Mendicoa lo amenazó: «ya puede irse y si se raja lo mato.» Meses después, interceptaron al teniente Carlos Pérez, quien transitaba por la calzada de Tlalpan en compañía de su novia. Los llevaron al bosque de Huipulco. A él lo ataron de pies y manos y a ella la ultrajaron, para después huir con sus pertenencias.

El Tigre del Pedregal ante las autoridades y la justicia.

Desde hace tiempo que el Coronel Juan García Rosas, Inspector General de la Policía de la Ciudad seguía la pista al bandolero, pues con motivo del asesinato del doctor Luna, sus agentes habían recogido importantes detalles de los asesinos pero no se había podido efectuar la captura debido a que «El Tigre» profundo conocedor de aquellos terrenos de Coapa, en donde nació y vivió, andaba a salto de mata. Pero ya había identificado su paradero en la colonia del Valle y con el fin de que el golpe no fallara, reunió cerca de veinte de sus agentes y en un día realizó una batida en toda regla, capturando en Tlalpan, Xochimilco, Coyoacán, Tacubaya y Mixcoac, a todos los miembros de la banda y por último al propio Tigre en la prolongación de la calzada de los Insurgentes, en la Colonia del Valle. Fue necesario envolverlo en unas cobijas y amarrarlo, trayéndolo en esa postura, pues es un individuo fornido y estaba hecho un energúmeno.

Después de la aprehensión, Isaac Mendicoa fue puesto a órdenes del Juzgado de primera instancia del Partido Judicial de Tlalpan, en donde no sólo se encontraba un proceso por el delito de homicidio, también le fue abierto otro por robo con violencia.

A pesar de que Mendicoa debía ser procesado por los crímenes del Doctor Tereso Luna y del Ingeniero Escalante cuyos cadáveres fueron encontrados en la calzada de la Piedad, en 1925 sólo fue juzgado por el homicidio de Rafaela Sierra. El Juez de Tlalpan, Francisco de Sales Valero, señaló que de acuerdo con las circunstancias y motivación, había cometido un homicidio calificado, tenía malos antecedentes y merecía la pena capital.

El juicio del bandolero más peligroso de Coapa se presentó como un acontecimiento, al cual asistieron la mayoría de los habitantes de la zona entre los cuales se encontraban muchos testigos que deseaban relatar las hazañas de asesinatos, robos, asaltos y violaciones del Tigre del Pedregal. Dado que durante esa época los procesos judiciales eran públicos y a ellos asistían los citadinos, el creciente número de asistentes llevó en varias ocasiones a que las autoridades imprimieran tarjetas de entrada, repartidas previamente y que también fueron objeto de especulaciones.

Durante el juicio, el primer testimonio correspondió a la madre de Rafaela, doña María Camacho de cuarenta años de edad y quien presenció la tragedia en la cual perdió la vida su hija. En su intervención señaló que el Tigre asesinó a su hija con intención, le había disparado a quemarropa porque Rafaela se negó a regresar a su lado en vista del maltrato de que era víctima.

La señora Camacho de Tulyehualco, Xochimilco, informó al Jurado que fue un crimen con toda premeditación y sin haber mediado causa justificada alguna, como no fuera la negativa de su hija para marcharse con él:

No entiendo de leyes, ni cosa por el estilo; pero me consta que el Tigre es un individuo de pésimos antecedentes, por él estuvo presa mija que salió gracias a las buenas relaciones que tenía y Mendicoa le dio una vida infernal. Cuando estuvo próxima a dar luz, la corrió abandonándola con su hijo. Si no hubiera sido porque se desveló por el chico durante once largos meses, él no viviría a la fecha, aún cuando después Mendicoa se la llevó del jacal amenazando con una pistola.

Pero la declaración del Tigre del Pedregal era otra, afirmaba que sólo quería escarmentarla ya que Rafaela le había sido infiel. Enterado de las andanzas de su amasia, el 4 de septiembre de 1923 se hizo presente en «Puente de Piedra» donde sabía se encontraban los amantes. Al divisarlo, García emprendió la fuga mientras que el Tigre disparó varias veces sin lograr herirlo. Ciego de ira, comenzó a reclamarle a Rafaela sobre su traición, justo en el momento en que apareció la madre acompañada de Pedro, el hijo de Mendicoa. La suegra, al verlo frente a Rafaela con el arma le dijo: ¿Qué haces, qué quieres hacer? Éste le respondió: ¡usted mejor que yo sabe lo que hago y lo que voy a hacer, porque usted la solapaba…! Mendicoa dirigió su pistola a los pies de Rafaela, pero la madre trató de quitarle la pistola, fue entonces cuando sin quererlo, disparó y los proyectiles se alojaron en el pecho de su amasia.

El Tigre comentó que después del crimen: Yo huí con mi hijo y me fui a refugiar a Puebla, donde durante veinte días, regresando a esta capital, donde me puse a trabajar honradamente, primero con el ingeniero Salvador Gayou, en la calzada de la Piedad y a últimas fechas, con el ingeniero Vértiz, en el lugar donde me aprehendieron y en donde, al mismo tiempo servía como guarda crucero, dependiendo de la Secretaría de Comunicaciones, recibiendo a la semana, con los dos empleos, veinte pesos.

Para él, se trataba de un asunto de honor, ya que estaba en juego su dignidad y la de su hijo. Leonor Sierra, hermana de la occisa y quien también fue llamada a declarar, señaló que Rafaela nunca tuvo relaciones amorosas con Juan García y que el día de los hechos cuando el Tigre iba a disparar sobre un hermano y el padrastro, la madre levantó el brazo para evitar que también les quitara la vida. No obstante, el arrepentimiento de Mendicoa Juárez no fue suficiente para que obtuviera la compasión del jurado.

Para el jurado el Tigre era culpable de haber asesinado a una mujer indefensa y estableció que el crimen cometido no obedeció a alguna fuerza física o moral extraña, más bien correspondía a un impulso producto de los celos que al calor de una discusión terminó en una tragedia.

Acusado de homicidio y robo con violencia, sentenciado a estar en prisión veintiún años y seis meses aproximadamente, el 7 de enero de 1933 después de permanecer ocho años en la cárcel, le fue otorgada la libertad condicional al Tigre del Pedregal. Pero para infortunio de las autoridades, no tardaría en verse envuelto en un nuevo crimen; esta vez el de un hombre de origen árabe.

Un comerciante ambulante llamado Elías Rachid, fue acribillado a puñaladas por “El Tigre” y sus secuaces, a pocos pasos de la Hacienda de San Juan de Dios, cercana a Huipulco.

Por fortuna, un muchacho de corta edad fue testigo del crimen y pudo identificar a los asesinos.  En este crimen participaron además de Mendicoa, su hermano Pedro López Juárez “El Perro” y un desconocido.

Otro aspecto de la vida de “El Tigre del Pedregal” era el de “tenorio”.  No de mal físico, ejercía cierta atracción sobre las mujeres de su clase. Cuando estuvo en la Penitenciaría le hizo el amor a una de las costureras que allí prestaban sus servicios: Victoria Morales.  Esta correspondió a sus galanteos y, cuando salió de cumplir su condena, decidieron vivir juntos.

El Comandante Silvestre Fernández Cervantes fue el comisionado para capturar al Tigre del Pedregal.  “Hay que buscar a la mujer”, ordenó el Comandante, y a fe que por Victoria Morales y su familia se pudo localizar al torvo asesino.

La forma de capturar al peligroso delincuente , se realizó de una forma muy bien planeada, sabiendo que Isaac era unja persona muy inteligente, establecieron una constante vigilancia en la casa, cerca de los lugares que sabían frecuentaba el Tigre.  La madre de la amante del criminal tenía un “puesto” de legumbres en el zaguán de la casa número 7 de las calles de Corregidora, a la que Isaac surtía de artículos producto de sus saqueos.

Uno de los agentes se disfrazó de borracho.  La mayor parte del día estaba tirado en la banqueta o a las puertas de una pulquería cercana, a la casa de Victoria.

Por fin el criminal se hallaba en un pueblito de la delegación de Ixtapalapa.  Al llegar al lugar, vieron que una concurrencia como de cuarenta individuos lo acompañaban, él resaltaba de los demás por su estatura.  Todos estaban en un “toreadero” o establecimiento clandestino para la venta de pulque.  Mendicoa tenía en la mano un vaso de pulque y platicaba con un individuo.

“El Tigre” al verse rodeado por los agentes trató de sacar una pistola calibre 44 que llevaba al cinto junto a una canana con sesenta cartuchos, pero no tuvo tiempo de hacer uso del arma, porque el Jefe de Grupo Silvestre Fernández, apuntando con la suya a la cabeza del bandido, le dijo: -Si haces el menor movimiento, si mueves siquiera un dedo, hacemos fuego…- y el malhechor vio que tres pistolas lo amenazaban por todos lados.

“-¿Qué me queren?”, dijo: “Soy un probe hombre que no le debo nada a nadien”.  Lo llevaron con toda clase de precauciones a la Jefatura de Policía.  Allí confesó todo.  Además se ofreció para entregarles los producto de las hazañas que había consumado.

Fueron con él a Santa María Aztahuacán; pero allí confesó que se había burlado, que el botín que guardaba, lo tenía en Tlalpizahua.

Regresaron, en un automóvil de la Jefatura, los agentes Sebastián Gutiérrez, Alejandro Flores Mata, que iba manejando el carro, y el comandante.  Al llegar al kilómetro 16 de la carretera de Puebla, se ponchó una llanta. 2 de ellos de bajaron a componer el desperfecto.  En el asiento trasero quedaron Mendicoa y Gutiérrez, con una mano cortada con un vaso de vidrio roto que le clavo “El Tigre” cuando lo aprehendieron.

Ya estaba avanzada la noche.  De pronto Gutiérrez gritó.  Mendicoa lo había aventado y saltado del auto y huía a campo traviesa.  Lo siguieron unos pasos, intimándolo para que se detuviera y se entregara.  No hizo caso.  Afortunadamente la luna iluminaba la obscuridad de la noche.  No hizo caso y le dispararon, una bala le dio en un brazo, pero continuó su desenfrenada carrera, era un hombre fuerte y corpulento, pero no resistió otros dos disparos que hicieron blanco en su persona, uno le penetró en un glúteo y el definitivo se le alojó en la cabeza.  Murió casi en el acto.

A Mendicoa a quien también se le conocía en el mundo del hampa como”El Polainas” y “El Patillas” era vanidoso hasta el extremo y se enorgullecía de los actos delincuentes que cometió.

En cierta ocasión se le propuso un contrato para que filmara, como personaje principal “El Tigre de Yautepec”.  No quiso aceptar, no obstante que se le daba buen dinero.  Si hacen “El Tigre del Pedregal” le dijo a quien le propuso el asunto, “les trabajaré hasta de balde”  Tal vez consideraba muy edificantes sus hazañas.

Este es uno de los asuntos más brillantes que ha trabajado el Primer Comandante de Agentes de la Jefatura de Policía, señor Silvestre Fernández Cervantes.  Cooperaron con él, en la aprehensión de “El Tigre del Pedregal”, los siguientes agentes: Juan Andrés Cenoz Katthain, Nicolás Sosa Manly, Ángel García Fabela, Luis del Prado Encinas, Eduardo del Prado Romay, Pedro González Barrio, Josué González Perales e Ignacio  González Reynoso.

Todos ellos merecieron los elogios de sus jefes y compañeros, por la brillante labor que llevaron a cabo, dando fin así, a la vida del Tigre del Pedregal, quien por años tuvo bajo pánico a los habitantes de Coapa.

2 Comentarios


  1. Guillermo Martínez

    No cabe duda que hay muchas historia que no se conocen.

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  2. Guillermo Martínez

    No cabe duda que hay muchas historia que no se conocen.

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